Sonríe cuando me ve. Siempre lo ha hecho.
Pareciera que sonríe por mi llegada, que sonríe porque estoy más cerca de él o
que sonríe porque el ansia de abrazarme le carcome la paciencia. Siempre sonríe
cuando me ve.
Y yo solía hacerlo también.
Las terminaciones nerviosas de mi rostro se
volvían rebeldes a mis órdenes y en su mayor grito, le sonreían con alegría
natural. Aun cuando la noche anterior yo estaba enojada, aún cuando horas
anteriores mis ojos estuvieran hinchados de tanto derramar lágrimas por él. Mis
labios desobedecían y le sonreía yo.
Por alguna razón que mi cabeza no logra
comprender, hoy no es lo mismo.
Está segundo a segundo más cerca a mí y yo no
sonrío. Su sonrisa no me marea, no me da ganas de apresarle entre mis labios,
no me causan siquiera ese cosquilleo gracioso en la boca del estómago. ¿Qué
sucederá cuando me toque? ¿Será que ya no lo amo?
¿Qué fue lo que cambió?
Llevo días, meses y años sabiendo que su
sonrisa no es de amor. Su sonrisa es de satisfacción, de saberme suya, de saber
que soy una bailarina que danza a su música y ritmo. Es tan presumido. A veces
creo que al comienzo de este idilio su sonrisa era franca y únicamente por mí,
pero eso es engañarse y dejar que me engañe.
Una vez más.
¿Cómo fue que llegó a tener tanto control?
¿Cómo le dejé tener tanto control?
Mi amor por él siempre me llevó a una
esperanza, siempre pensé que cambiaría, que luego de tanto tiempo por fin
dejaría de dañarme y comenzaría a quererme de la misma forma y con la misma
intensidad con la que yo lo hacía.
Pero eso, eso jamás sucedió.
Me vi a misma en esos programas dónde las
mujeres hacen el amor con la vista pérdida en el horizonte en un lecho en el
que no quieren estar. Me vi sin abrazarlo mientras él recorría sus manos por
mí. Sin embargo, no era mi tiempo de irme, supongo.
Junté tantas veces el valor de ponerle un
límite y cada una de aquellas veces él aparecía con su mejor traje, su sonrisa
mejor disfrazada y palabras que sólo se leen en las mejores novelas de Austen.
Y la esperanza, obstinada, regresaba.
He llegado a odiarlo, si, porque ese es el
verbo, tan fuerte como lo amo. ¿O lo amé? ¿Será que por fin te he inscrito en
el viaje a mi pasado?
Cuento sin ti un día, dos días, una semana, un
mes, tres meses, pero vuelves. Y cuando vuelves, yo irremediablemente vuelvo.
Como hoy. Como hoy que una vez más he vuelto para tener una dosis más de esa
droga que me empeora en la adicción de sentir algo por él.
Pero me ha sorprendido saber que hoy es
distinto. Que no tengo ganas de sonreír y que mis labios no se han rebelado
contra mí. Que sonríe y por fin, luego de tanta mentira y sufrimiento, su
sonrisa se revela a mis ojos como lo que siempre fue; el inicio de una página
más en una cruenta historia de terror en la que fui siempre mi propio verdugo.
Yo el verdugo, pero él la guillotina. Siempre
él la guillotina.
Hoy no ha aparecido la esperanza de que me
quiera, después de todo nunca lo has hecho. Ahora sé que cualquiera ha hecho
más méritos para recibir mi cariño comparado con él, cualquiera ha sido capaz
de darme mejores migajas a las que recibí de él.
No me malentiendan, el yugo no ha desaparecido
por completo, de otra manera ni siquiera estaría aquí. Soy adicta, creo haberlo
dicho antes, será difícil. Pero si el efecto maldito de su sonrisa ha comenzado
a desvanecerse, resulta que me descubro una adicta con esperanza. Una distinta
a la que antes me gobernaba, una esperanza de libertad sin él.
-
¡Cada
vez más linda, Morena!
-
Hola,
¡Qué sorpresa tu llamada! No imaginé que aún conservaras mi número.
-
Si
que eres exagerada, bien sabes tú que eres la persona más importante de mi
agenda.
-
¿Debería
sentirme halagada o acusarte de obsesión? Ya son más de seis años ¿no?
-
Casi
nueve, ¿ya no te acuerdas cómo nos conocimos?
¡Mira que bien juega sus cartas! Cómo siempre.
Ahora es cuando mis pilares de voluntad se debilitan, el derrumbe me hace
dejarle estrecharme entre sus manos y en seguida me volverá a poner los
grilletes en los tobillos. Seré suya. ¡Maldita sea, siempre tan suya!
-
Honestamente,
a veces quisiera no acordarme. Lo siento.
¡Dios Mío! Sigo en pie, hubo un terremoto
dentro de mí y yo sigo de pie. Además acabo de descubrir algo en mí, ese deseo
oculto de odiarlo como realmente se merece ha desaparecido completamente de mi
cuerpo. Tampoco lo amo. Mi ser parece dirigirse a un estado de sopor en el que
toda memoria que lo conserve como el dios en que lo convertí desaparezca tras
su manipulación y mi masoquismo. No quiero sentir nada por él. Y comienzo a
sentir nada por él.
-
¿Quieres
ir a tomar un café? ¿O qué tal si vamos a buscar esos chocolates de caja azul
que tanto te gustan y con los que siempre nos demoramos toda la tarde
buscándolos?
Él se ha dado cuenta de lo que me sucede, de lo
contrario no estaría soltando su artillería pesada, intenta demostrarme lo que
perfectamente bien que me conoce. Y ciertamente es algo que me hace débil.
Nunca nadie ha logrado demostrar tanta memoria para mis detalles más confusos e
intrincados, nadie jamás ha sido capaz de recordar siquiera las cosas que más
detesto. Él sí.
El ángel más hermoso fue quién terminó
convirtiéndose en el peor enemigo de Dios, lo mismo sucede con él. Es lo más
bello, lo más cordial, lo más cariñoso, lo más hermoso, lo más cercano a la
perfección que conocí en mi vida y ha resultado lo más dañino. Lo más perverso.
Además de perder la venda, he perdido la
capacidad —que siempre me pareció ilimitada— de sentir compasión por él,
aquella que me hacía permanecer a su lado impulsándolo a conquistar sus lados
más bellos. Jamás me hacía caso, pero no por eso yo dejaba de intentarlo.
-
No,
lo siento. Tengo ganas de irme a mi casa.
-
¡Uy,
que cortante estás hoy!
-
Si,
¿verdad?
-
¿Te
hice algo?
-
¿En
serio quieres que te conteste?
-
Sabes
que me refiero a algo que te molestase en el tiempo transcurrido entre mi
llamada telefónica y esta mañana.
-
La
verdad es que no sé qué es lo que me sucede hoy.
Esa fue sin duda, una batalla perdida en la
guerra que esta mañana comenzó con la derrota de su sonrisa. Sigo siendo
incapaz de ocultarle mis verdaderos sentimientos, cosa que él siempre logra
voltear en mi contra. Sigo siendo suya, no tan suya, pero suya. Suya.
Todos mis minutos y segundos desde que lo
conocí fui suya ¡Y a él siempre pareció no importarle eso! ¡Maldita sea, habría
continuado de su esclava con gusto por un mendrugo de su cariño! ¿Cómo es que
jamás se dio cuenta de aquello? ¡Mierda!
-
Ya
me voy.
-
Bueno,
te llamo esta semana para ver si nos vemos nuevamente. Sabes que siempre que te
veo me siento renacer, eres demasiado especial.
-
Como
quieras.
-
¡Hey!
Pero, ¿qué te hicieron, Morena?
-
No
sé a qué te refieres.
-
Acabo
de decirte algo hermoso y tú pareces no inmutarte. ¡Esto me recuerda a una
carta que te envíe hace años! ¿lo recuerdas?
Sí, claro que recuerdo el momento. Lo siento
como si hubiese sido mi propio momento faustiano, fue entonces cuando pensé que
era especial y que jamás nadie me había descubierto de aquella forma. En aquel
momento mis penas, verdugos y guillotinas eran otros, hoy la respuesta era él.
Él con su maldito egocentrismo y yo con mi infinito masoquismo selectivo.
Me ha besado.
Al parecer, mi primera derrota le ha ganado el
suficiente terreno para que haga aquello y nuevamente me siento como una mujer
haciendo el amor mirando hacia el horizonte, pero esta vez mis ojos no miran un
lecho odiado, sino mi libertad. Mi ansiada libertad. Mis labios le respondo,
¡Tan fuerte no soy! ¡Nunca lo he sido con él!
Le doy una ligera sonrisa y me giró sobre los
talones. Creo que sigue hablándome porque algo similar a una brisa acaricia la
piel de mi cuello, pero no más. Es tiempo de contar los pasos para alejarme en
lugar contar los que me acercan.
Siempre ha sonreído cuando me ve, es una
costumbre que impregnó en mí como si fuera un premio consuelo por todo el amor
que le di.
Hoy sonrió.
Hoy sonrió, como siempre y no reclamé mi
premio.
¿Será que ya no es premio?
¿Cuándo lo fue?
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