19 de diciembre de 2017

Debajo de las escaleras -1

Cuando me cambiaron de colegio, pensé que "peor no podía irme en la vida". Y entonces, lo conocí a él. La vida me dijo a gritos que sí, que claro que me podía ir peor. Sergio, Sergio, ¡Sergio! era un IDIOTA, así, con mayúsculas. Bueno, todo lo idiota que se puede ser con dieciséis  años y en el último año del cole. Osea, redundando: IDIOTA. Lo peor, fue que aquel veintisiete de febrero, porque sí, en este colegio las cosas eran tortura desde el inicio de clases, me tocó sentarme a su lado. ¿Me habló? No. ¿Me miró? No. ¿Respiró? Luego del primer recreo ya la cosa dejó de importarme, pero sí, creo que sí respiró.

Yo era muy activa en mi antiguo cole, y lo amaba. En este, ¡era la nueva! Nueva en el salón, en el colegio, en el equipo de voley, en el de concursos, en el de las chicas que iban a fiestas, en el que grupo de las que no iban a fiestas, en el equipo de matemáticas, ¡era nueva! Pero no, él no me habló. ¿Intenté yo hablar con él? Si, claro que sí. Tres preguntas, todas sin respuesta. Con cada silencio, yo más endiablada. 

Al pasar de los días, supuse que la cosa mejoraría, pero no. Llegué a la segunda semana de clases, esperando que alguno de mis nuevos amigos me diga que el tipo era mudo y que por eso no me hablaba. Judith me dijo que no le hiciera caso, que el tipo era raro, que llegó el año anterior de provincia y que solo habla cuando está en reunión con la gente del grupo de mates. ¡Y es que encima de idiota, el tipo es un tanto inteligente! Me daba mucha rabia que no me hablara. Me pone a pensar que hay algo malo en mí y aunque en realidad sí hay mucho de malo, nada de eso se puede ver a simple vista, así que no entendía el porqué de su silencio.

Me sentí mejor cuando me dijeron que no era yo, era él.

Quizá fue la única vez en mi vida que esa excusa no sonaba tan tonta. 

En fin. Cuando pasó casi un mes y las temperaturas en Lima comenzaban a bajar, la tutora decidió que nos iba a cambiar de asientos. Como siempre, los enanos eran más revoltosos y se habían ubicado en los últimos asientos, así que nos sentaron por orden de tamaño y yo quedó en medio del aula. Sergio, al fondo. Yo lo hubiera enviado al infierno, pero la profe era más dulce. 

Ya para Mayo las cosas cambiaron. La vida de Sergio no me importaba y yo estaba muy feliz siendo adolescente en el nuevo colegio. ¿Comenzó él a hablar con alguien? No. Pero jamás lo hacía, así que, nada raro. Yo tenía nuevas responsabilidades: tratar de entender algo de Geometría mientras tenía asistencia impecable a los entrenamientos de Karate —algo en lo que sí era buena—. Y en ese intento de tener la asistencia perfecta, fue que comenzó esta historia. 

Mis prácticas eran luego de clases, desde las dos y media hasta las cuatro y media. Éramos seis de mi salón que nos quedábamos con el profe Heredia. Ese martes, resultó que el profe tuvo un incidente familiar y a todo mundo se le olvidó avisarnos. Yo vivía como a media hora del colegio, en bus, así que la opción lógica era irme a casa. Pero no. Me quedé, me despedí de todos, almorcé con tranquilidad y cuando llegó la hora de admitir que salvo algunos profesores metidos en las aulas, yo estaba sola, me fui al patio trasero. Arrastré mi mochila por el suelo, hasta quedar justo debajo de las escaleras. No hice mucho más. Existí. 

Y me dieron las cuatro de la tarde. Sola. 

Comencé a sentirme un poco más desquiciada de lo normal, hay que ser honesta. Iba a levantarme e ir a casa, cuando el sonido de unos pasos, me alertaron. La visión desde mi escondite era extremadamente limitada, pero mi paciencia se vio premiada cuando a ese par de zapatillas, se le unieron las piernas enfundadas en el buzo del colegio. Un chico. Uno alto, uno que tenía una pelota entre las manos. ¡Sergio!

Me quedé pasmada. 

Pensé que vería pronto alguna especie de ritual prohibido, pero no. Se dedicó a botar la pelota, de una mano a la otra, sopesándola quizá. Yo seguía quieta, ¡como si fuera un final de película! Como si esperara que algo importante pasara. Claro que lo esperaba, lo que no quería, y lo que sí terminó pasando, fue que yo me uní a su final de película. La pelota, se cayó de sus manos, y fue rodando hacia las escaleras. Justo a mí escondite.

Yo, hecha una tonta, junté mis rodillas a mi pecho e intenté hacerme invisible. ¿Ya entienden lo de tonta? Exacto, no funcionó. 

Iba a soltar alguna frase como "¡Fíjate!""Baboso, date cuenta". Pero no me dio tiempo. El idiota, me tomó con ambas manos zarandeándome de los brazos mientras me ponía de pie.

 ¡¿Qué haces aquí?! —y claro, yo amablemente le respondía con gritos, porque primero, me dolía y segundo, no le iba a dar explicaciones al tarado ese que me sacaba a los jalones de las escaleras— ¿Qué haces aquí?

Acotación antes de continuar: ¡Era la primera vez que oía su voz hacía mí! ¡Y me estaba gritando!

— ¡Qué te importa! —le chillé.
 ¡Ya te deberías haber largado!
— ¡Qué te importa! —le volví a chillar.

Ah, pero no. Si lo peor vino después. Intenté zafarme, intenté golpearlo y no sólo nada funcionaba, sino que encima de todo, el muy maldito me jaló de la cola de caballo y me hizo gritar de nuevo. Estaba enfurecido y yo estaba pagando todos los platos rotos. En algún cruce de esos que teníamos gracias a la pelea, nos detuvimos teniendo nuestros rostros muy cerca. Demasiado. Pero no, no hubo beso. Que la historia parece de novela, pero no es. Todavía. El tema es que en ese cruce, algo pasó. Algo que yo no noté en ese instante, pero que me permitió escapar. 

Salí corriendo del colegio, y cuando estaba en el paradero. Me di cuenta que había dejado la mochila en el cole. ¡Ah, pero ni loca volvía! No señor. Si una es mensa, pero no monse. Llegué a mi casa entre asustada y rabiosa. No era lógico que un compañero de clases actuara así conmigo. Sobretodo porque ¡yo no había hecho nada! Sólo estar en el patio cuando él andaba jugando con su único amigo el fantasma. ¿Contarle a alguien en la casa? No, no. Yo me fui a cenar, y al cuarto, como siempre, como si nada. Y me hubiera dormido igual, sino fuera porque casi a las nueve, mi mamá me pegó un grito avisándome de una llamada. 

Bajé renegando. Preguntándome, ¿quién era? Supuse que era Juds o Mauricio, nadie más me llamaba a casa. Y normalmente era para reclamarme la falta de chateo diario. Pero yo estaba con rabia. Los iba a largar.

— ¿Quién es? 
— Hablemos.

¡Ay no, no eran ellos! Era el psicópata de Sergio. 

— ¿Y si te vas a la mierda? —obviamente, mi mamá me miró mal, pero amablemente se fue a la sala.
—  Hablemos.
— ¿Y si te vas a la mierda? 
— Tengo tu mochila.
— Idiota.
— ¿Hablamos?
— El boleto a la mierda aún tiene tu nombre.
— ¿Te recojo mañana? ¿A qué hora sales de casa?
— Vete al infierno.
— ¿Siete y media?
— No voy al cole.
— Paso a las siete, no te preocupes, así hablamos antes.
— ¿No eras mudo o algo?
— Bueno, ¿quieres que te recoja o no?
— ¡¿No?! A ver si ahora me fracturas la mano o algo.
— No seas exagerada. Mañana las siete, le pedí tu dirección a Rocío, así que sé cómo llegar.

Iba a decirle acosador, pero ya había colgado. 

La reprimenda de mi mamá no fue tan grave, fue el clásico "una señorita no habla así", que me la vivía esquivando desde los trece años.Y en realidad, yo no hablaba así. Ni hablo. Pero Sergio me había sacado de mis cabales. Si la conversación hubiera sido frente a frente, seguro lo golpeaba. O bueno, lo intentaba.

Entonces sí que no pude dormir. Me quedé pensando en este tipo que había sido un completo misterio para mí, casi dos meses, y en cómo había descubierto su temperamento infernal en una tarde. Estaba segura que su intención de recogerme, era nada más para que yo no me quejara con la tutora o con alguien, y la verdad, sí que me lo había planteado. No sabía si acusarlo, o arreglarlo yo, pero él ya había tomado la decisión por mí, y ahora yo, veía las manecillas del reloj con un terror indescriptible. 

Mis ojos no se rindieron casi hasta las dos de la mañana, y eso, para el horario escolar es un desastre. Para cuando desperté tenía la marca de un diario en la mejilla, y las ganas infinitas que alguien me avisara del fin del mundo, estaba agotada y apenas abría los ojos. Claro, todo culpa del dichoso energúmeno.Algo en mi interior esperaba que todo lo de la llamada fuera una broma y la verdad, no esperaba verlo al salir de mi casa. Después del muy distraído desayuno, por dos segundos, pensé que se le había olvidado todo.

Además, estaba segura que si me buscaba era para evitar que lo acusara con la tutora, o con el mismo Director del cole, su numerito de macho alfa seguramente le hacían ganador de la lotería para suspensiones o algo así. Yo aún no decidía si reportarlo o no. Lo merecía, eso quedaba claro, pero por otro lado yo no quería quedar como la acuseta del grupo. No, ese es un estigma muy difícil de quitar cuando uno está en la secundaria y la verdad, yo era muy feliz siendo una sencilla escolar sin problemas.

Bueno, esos dos segundos de vana esperanza, se esfumaron, cuando su inmensidad apareció frente a mis ojos. Puse serio el gesto. Aunque la verdad, estaba temblando, menos mal él no podía tocarme. ¿Tan nerviosa me ponía? Si. Y es que era tanta su apatía hasta ese momento, que solo en ese ratito me di cuenta que tan feo no era. Ok, no era el futuro Mister Universo, pero feo, feo, lo que se dice feo. No, no era feo. No me digan que jamás les pasó que se encontraron en la vida con un tipo normal, pero que luego sus ojos los ven muy guapos. Bueno, justo así.

Ese cabello oscuro y embadurnado de gel no le quedaba bien a Rodrigo o Mauricio, pero a Sergio era otra cosa. Y no se veía como un Frankenstein con esos hombros, como si le pasaba a Junior, a él le quedaban a medida. ¿Que si yo estaba justificando mi gusto? Si, obvio. Pero el que esté libre de ese pecado que tire la primera piedra.

Me refugié en quitarle mi mochila como una fierecilla salvaje. Él se dejó. Caminé por el lado derecho intentando ignorar su existencia y comenzando las veinte cuadras de caminata que me separaban del colegio. Él se puso a mi lado. Caminó "conmigo". Y le di de su propia medicina, no le hablé. ¡Super mala yo! Las risas a un ladito a la derecha de mi dignidad por favor.

Oye —comenzó y yo aproveché en cruzar la calle.

Si. Me alcanzó.

Por fa, hablemos.
No quiero, —aclaré y me detuve, crucé los brazos y lo miré con la bravura de un chihuahua. Cosecha personal: le fruncí el ceño—, bueno, ¿qué?
— Discúlpame.
— ¿Es en serio? 

Y la iba a preguntar muchas más cosas, pero él simplemente tomó mi pregunta como una aceptación y se largó. A cinco cuadras del colegio. Siempre digna, agarré con más fuerza las asas de la mochila, caminé y decidí ignorarlo el resto del día. Total, ¿qué tenía él de importante? Nada.

O eso pensé.

Si, para cuando acabó el día de clases, yo estaba tan confundida con su actitud que volví a esconderme debajo de la escalera. Elevé el volumen de los audífonos y me acuclillé pegada a la pared, como la tarde anterior. Tres y media y el bendito niño, no aparecía. ¿Si me sentía tonta? No, ese punto ya había pasado. 

31 de mayo de 2013

Protagonista


Creo, fielmente creo, honestamente creo y, desde mis entrañas creo. Que el mayor de mis vicios, es culpable de mis grandes decepciones de la realidad. No es que mi realidad sea  mala, de hecho considero que es mejor y más de lo que esperaba. Sin embargo, creo que hablo un poco más de mi pasado romántico.

Para dejar las cosas en claro, el mayor de mis vicios es leer. Siempre leo, si no es una cosa es otra, releo libros con cierto metodismo. Todos los Marzos de mi vida están impregnados del padre Delaura y de Sierva María de todos los Ángeles, porque si, porque los extraño y porque creo que lo suyo fue amor de otoño. Así sin más.

Soy lectora mayormente romántica y un poco fantástica, no entiendo los cómics, no porque me parezcan insignificantes, sino porque no puedo ponerles YO un rostro a mis protagonistas y debo enfocarme en lo que los dibujantes quieren. Mi imaginación queda anulada y entonces, no me gustan. No me gustan las historias de ciencia ficción o de realidad mística alternativa, porque no sé, digamos y por no seguir discutiendo, que no quiero poner a prueba mi FE.

Pero con las novelas románticas, lo siento, no puedo.

Y ahí mi desgracia.

¡Ay, pobre de ti si te fijaste en una romántica lectora como yo!

Y ¡Ay, pobre de mí por haber leído tanto a personajes románticos!

Me gustaba un chico idiota, y no lo digo por idiota per se, creo que es más por lo altanero y presumido que se volvió en cuanto supo que yo, me había fijado en sus pardos ojos y sus pequeños rizos castaño oscuro que bordeaban su cara. ¡Qué sé yo! El punto, es que se volvió tan orgulloso de sí mismo, que cuando se me declaró —porque obvio lo llegó a hacer—, le dije que no. ¡Que era un estúpido y que debería agradecerme que al menos le contestara su ridícula declaración!

Claro y entonces suena a algo normal. “A ella no le gustaba tanto y lo mandó a volar”…¡FALSO! Claro que me gustaba, claro que me moría por él y claro que me moría de ganas de decirle que sí.

Es sólo que pensé que era Darcy. Que había herido su orgullo un poco y que luego de un tiempo, vendría a mi casa, desesperado por no poder contener sus sentimientos dentro del cuerpo, angustiado de no poder besarme. Y yo…como una digna Elizabeth Bennet, le daría por fin el SI que tanto gritaba mi corazón.
Él no volvió ni siquiera a verme.

Y claro está no me olvido de las noches en vela esperando que el pelirrojo que me ilusionó por primera vez, se diera cuenta que jamás querría a otra como me había querido a mí. Que se casaría pero sería terriblemente infeliz, que esperaría a ser muy, muy, muy, muy viejo  para volverme a buscar y por fin, vivir la historia de amor que por chiquillos e inmaduros no pudimos disfrutar en su momento.

Ahora, ni el HOLA.

Y ni que se diga de mi anormal —porque he de aceptar que es anormal— fijación con el padre Delaura. Eso me sucedió con un amigo, que luego fue mi enamorado. Resultó que a su hermano menor, le gustaba yo. Yo de tonta le dije que sí, me arrepentí a los dos días y le dije que siempre no. Pero el daño estaba hecho, yo ya era la “ex” del hermano. A él le conocí luego  de un par de semanas y aunque la empatía fue inmediata, inmediata también fue la pared que se alzó entre los dos con el temita de “la ex”. Ahí la forma de “amor prohibido” que tanto me gusta de Sierva María y Cayetano.

Escotes en mano, o mejor dicho en pecho, y risas sueltas por todos lados, finalmente conseguí que mi pretendiente de aquel entonces venciera sus miedos y finalmente me pudiera llamar “su enamorada”. No fue poco el costo, su hermano se ofendió y finalmente luego de tanto idilio y poca paz, nuestro romance fue algo así como una fresca brisa en medio de un caluroso mediodía. Y ya.

De nuevo, decepcionada. Yo quería un final trágico, un amor más allá del encierro y de las prohibiciones.

Como el de ellos.

Así sigo. Y podría seguir.

No sé bien qué clase de confabulación hubo cuando nació mi actual —y último, espero— enamorado, sin embargo, y cuando quiere tiene el orgullo cabeza hueca de Darcy, el romanticismo idóneo de Delaura y la paciencia de Florentino Ariza.

Espero que se pueda generalizar y que este defecto mío de querer vivir mi vida romántica como si yo fuera una Daza sea un virus ineludible de quienes, como yo, disfrutamos tanto de un romance bien contado. Si no, estoy grave.


Pero es así, por eso, pido perdón por atrasado —por los ex— y por adelantado —a ti—, si a veces me pongo muy dramática. Es lo que siempre digo —y lo que tengo puesto en la firma de mi correo personal—, “yo habría sido muy feliz siendo un personaje de Austen”.

17 de mayo de 2013

Sonría cuando me ve


Sonríe cuando me ve. Siempre lo ha hecho. Pareciera que sonríe por mi llegada, que sonríe porque estoy más cerca de él o que sonríe porque el ansia de abrazarme le carcome la paciencia. Siempre sonríe cuando me ve.

Y yo solía hacerlo también.

Las terminaciones nerviosas de mi rostro se volvían rebeldes a mis órdenes y en su mayor grito, le sonreían con alegría natural. Aun cuando la noche anterior yo estaba enojada, aún cuando horas anteriores mis ojos estuvieran hinchados de tanto derramar lágrimas por él. Mis labios desobedecían y le sonreía yo.

Por alguna razón que mi cabeza no logra comprender, hoy no es lo mismo.
Está segundo a segundo más cerca a mí y yo no sonrío. Su sonrisa no me marea, no me da ganas de apresarle entre mis labios, no me causan siquiera ese cosquilleo gracioso en la boca del estómago. ¿Qué sucederá cuando me toque? ¿Será que ya no lo amo?

¿Qué fue lo que cambió?

Llevo días, meses y años sabiendo que su sonrisa no es de amor. Su sonrisa es de satisfacción, de saberme suya, de saber que soy una bailarina que danza a su música y ritmo. Es tan presumido. A veces creo que al comienzo de este idilio su sonrisa era franca y únicamente por mí, pero eso es engañarse y dejar que me engañe.

Una vez más.

¿Cómo fue que llegó a tener tanto control?

¿Cómo le dejé tener tanto control?

Mi amor por él siempre me llevó a una esperanza, siempre pensé que cambiaría, que luego de tanto tiempo por fin dejaría de dañarme y comenzaría a quererme de la misma forma y con la misma intensidad con la que yo lo hacía.
Pero eso, eso jamás sucedió.

Me vi a misma en esos programas dónde las mujeres hacen el amor con la vista pérdida en el horizonte en un lecho en el que no quieren estar. Me vi sin abrazarlo mientras él recorría sus manos por mí. Sin embargo, no era mi tiempo de irme, supongo.

Junté tantas veces el valor de ponerle un límite y cada una de aquellas veces él aparecía con su mejor traje, su sonrisa mejor disfrazada y palabras que sólo se leen en las mejores novelas de Austen. Y la esperanza, obstinada, regresaba.

He llegado a odiarlo, si, porque ese es el verbo, tan fuerte como lo amo. ¿O lo amé? ¿Será que por fin te he inscrito en el viaje a mi pasado?

Cuento sin ti un día, dos días, una semana, un mes, tres meses, pero vuelves. Y cuando vuelves, yo irremediablemente vuelvo. Como hoy. Como hoy que una vez más he vuelto para tener una dosis más de esa droga que me empeora en la adicción de sentir algo por él.

Pero me ha sorprendido saber que hoy es distinto. Que no tengo ganas de sonreír y que mis labios no se han rebelado contra mí. Que sonríe y por fin, luego de tanta mentira y sufrimiento, su sonrisa se revela a mis ojos como lo que siempre fue; el inicio de una página más en una cruenta historia de terror en la que fui siempre mi propio verdugo.

Yo el verdugo, pero él la guillotina. Siempre él la guillotina.

Hoy no ha aparecido la esperanza de que me quiera, después de todo nunca lo has hecho. Ahora sé que cualquiera ha hecho más méritos para recibir mi cariño comparado con él, cualquiera ha sido capaz de darme mejores migajas a las que recibí de él.

No me malentiendan, el yugo no ha desaparecido por completo, de otra manera ni siquiera estaría aquí. Soy adicta, creo haberlo dicho antes, será difícil. Pero si el efecto maldito de su sonrisa ha comenzado a desvanecerse, resulta que me descubro una adicta con esperanza. Una distinta a la que antes me gobernaba, una esperanza de libertad sin él.

-          ¡Cada vez más linda, Morena!
-          Hola, ¡Qué sorpresa tu llamada! No imaginé que aún conservaras mi número.
-          Si que eres exagerada, bien sabes tú que eres la persona más importante de mi agenda.
-          ¿Debería sentirme halagada o acusarte de obsesión? Ya son más de seis años ¿no?
-          Casi nueve, ¿ya no te acuerdas cómo nos conocimos?

¡Mira que bien juega sus cartas! Cómo siempre. Ahora es cuando mis pilares de voluntad se debilitan, el derrumbe me hace dejarle estrecharme entre sus manos y en seguida me volverá a poner los grilletes en los tobillos. Seré suya. ¡Maldita sea, siempre tan suya!

-          Honestamente, a veces quisiera no acordarme. Lo siento.

¡Dios Mío! Sigo en pie, hubo un terremoto dentro de mí y yo sigo de pie. Además acabo de descubrir algo en mí, ese deseo oculto de odiarlo como realmente se merece ha desaparecido completamente de mi cuerpo. Tampoco lo amo. Mi ser parece dirigirse a un estado de sopor en el que toda memoria que lo conserve como el dios en que lo convertí desaparezca tras su manipulación y mi masoquismo. No quiero sentir nada por él. Y comienzo a sentir nada por él.

-          ¿Quieres ir a tomar un café? ¿O qué tal si vamos a buscar esos chocolates de caja azul que tanto te gustan y con los que siempre nos demoramos toda la tarde buscándolos?

Él se ha dado cuenta de lo que me sucede, de lo contrario no estaría soltando su artillería pesada, intenta demostrarme lo que perfectamente bien que me conoce. Y ciertamente es algo que me hace débil. Nunca nadie ha logrado demostrar tanta memoria para mis detalles más confusos e intrincados, nadie jamás ha sido capaz de recordar siquiera las cosas que más detesto. Él sí.

El ángel más hermoso fue quién terminó convirtiéndose en el peor enemigo de Dios, lo mismo sucede con él. Es lo más bello, lo más cordial, lo más cariñoso, lo más hermoso, lo más cercano a la perfección que conocí en mi vida y ha resultado lo más dañino. Lo más perverso.

Además de perder la venda, he perdido la capacidad —que siempre me pareció ilimitada— de sentir compasión por él, aquella que me hacía permanecer a su lado impulsándolo a conquistar sus lados más bellos. Jamás me hacía caso, pero no por eso yo dejaba de intentarlo.

-          No, lo siento. Tengo ganas de irme a mi casa.
-          ¡Uy, que cortante estás hoy!
-          Si, ¿verdad?
-          ¿Te hice algo?
-          ¿En serio quieres que te conteste?
-          Sabes que me refiero a algo que te molestase en el tiempo transcurrido entre mi llamada telefónica y esta mañana.
-          La verdad es que no sé qué es lo que me sucede hoy.

Esa fue sin duda, una batalla perdida en la guerra que esta mañana comenzó con la derrota de su sonrisa. Sigo siendo incapaz de ocultarle mis verdaderos sentimientos, cosa que él siempre logra voltear en mi contra. Sigo siendo suya, no tan suya, pero suya. Suya.

Todos mis minutos y segundos desde que lo conocí fui suya ¡Y a él siempre pareció no importarle eso! ¡Maldita sea, habría continuado de su esclava con gusto por un mendrugo de su cariño! ¿Cómo es que jamás se dio cuenta de aquello? ¡Mierda!

-          Ya me voy.
-          Bueno, te llamo esta semana para ver si nos vemos nuevamente. Sabes que siempre que te veo me siento renacer, eres demasiado especial.
-          Como quieras.
-          ¡Hey! Pero, ¿qué te hicieron, Morena?
-          No sé a qué te refieres.
-          Acabo de decirte algo hermoso y tú pareces no inmutarte. ¡Esto me recuerda a una carta que te envíe hace años! ¿lo recuerdas?

Sí, claro que recuerdo el momento. Lo siento como si hubiese sido mi propio momento faustiano, fue entonces cuando pensé que era especial y que jamás nadie me había descubierto de aquella forma. En aquel momento mis penas, verdugos y guillotinas eran otros, hoy la respuesta era él. Él con su maldito egocentrismo y yo con mi infinito masoquismo selectivo.

Me ha besado.

Al parecer, mi primera derrota le ha ganado el suficiente terreno para que haga aquello y nuevamente me siento como una mujer haciendo el amor mirando hacia el horizonte, pero esta vez mis ojos no miran un lecho odiado, sino mi libertad. Mi ansiada libertad. Mis labios le respondo, ¡Tan fuerte no soy! ¡Nunca lo he sido con él!

Le doy una ligera sonrisa y me giró sobre los talones. Creo que sigue hablándome porque algo similar a una brisa acaricia la piel de mi cuello, pero no más. Es tiempo de contar los pasos para alejarme en lugar contar los que me acercan.

Siempre ha sonreído cuando me ve, es una costumbre que impregnó en mí como si fuera un premio consuelo por todo el amor que le di.

Hoy sonrió.

Hoy sonrió, como siempre y no reclamé mi premio.

¿Será que ya no es premio?

¿Cuándo lo fue?

16 de mayo de 2013

Pianista


Mientras el pianista me tortura con su meláncolica melodía yo no dejo de preguntarme cuando tendrá fin. Sé que al soltar la última tecla desaparecerá de mi vista y podré abrazar a aquel que sueño hace tanto.

Pero hace tanto que su canción se hace interminable que comienzo a creer que está hechizado y que jamás dejará de tocar.

Lo necesito cerca, tan cerca mío que me aterra. Me dan ganas de salir huyendo, de patalear y de gritar que no puedo tenerlo cerca. Porque me haré adicta y no podría dejarlo más.

Deja de tocar pianista
...deja de tocar.

Lirio

No es lógico enamorarse de una flor. Es un claro grito antes de suicidarse. Enamorarse de algo que si se aleja de su tierra, morirá inevitablemente en poco tiempo, vivir por sus colores, soñar con su textura, verla morir entre tus dedos. Enamorarse de una flor no tiene lógica.

Sé que un día tu ausencia me hará daño, sé que jamás podré decir que toqué como mía la suavidad de tu piel, sé que quizá nunca pueda siquiera oler tus cabellos en un amanecer. Sé que quererte resultará inevitablemente mortal, pero te quiero.

Si. Yo soy la niña que se enamora de una flor, la que se enamoró de un lirio. La que tiene la infértil esperanza que se vuelva eterno, que jamás me deje. Que me hable.

Lirio. Mi Lirio.

Hoy te quiero, hoy te amo, y tengo la certeza que mañana aún lo haré. Pero hoy no te tengo, y en el colmo de mi mala suerte lo más seguro es que mañana te pierda.

Lirio. Mi lirio.