23 de abril de 2013

Algo Light

Quizá te tengo ya demasiado empolvado. Lo siento. No es que ya no me importes, es sólo que ya no vale la pena ni siquiera tener arrepentimientos o hubieras guardados en un saco que no uso hace tres años o poco más. Sin embargo hace algunas noches, recordé la última vez que nos vimos frente a frente.

Todo light. Ese fue el acuerdo. Luego de seis años de muchísimo drama adolescente y de desaguar mis ojos una y otra vez con Dawson's Creek o echarme la culpa de tu mudanza, llegó el momento de ser maduros y vernos. Y ya ves, hasta la decisión de madurez nos vino oportuna porque tú tenías meses con dni azul y la fecha del encuentro la fijamos para tres días después de mis dieciocho años. "No hay que malograrte la fiesta", me dijiste a través de msn. Entonces, todo light. Un cine, una película de comedia —suficiente drama con nosotros—, una canchita, luego un fast food de cena y a la casa. Queríamos hablar e hicimos el plan perfecto para no hacerlo.

Te recordaba de otra forma y claro, te recordaba casi perfecto. Es lo que tienen las ilusiones de pubertad, se estancan en su perfección de "Él es tan lindo, perfecto, detallista", ¿qué tan detallista se puede ser con doce años? Pero en fin, yo esperaba ver a ese cabeza de zanahoria perfecto, de risa chillona, gracioso y regordete, de metro cincuenta y pico. Perfecto. Mi memoria había olvidado algunas de tus pecas, los hoyuelos de tus mejillas, esa palidez casi enfermiza que te hacía tener ojeras grisáceas y te aumentaban tres años más. Y así entonces, te vi. Luego de seis años, sin contarle a nadie, guardándote en mi como el más preciado de mis secretos, sobretodo esa cita.

Pensé que seríamos protagonistas de algún vídeo musical, que al encontrarnos me besarías, harías que el mundo se detuviera dos segundos, y me dirías: "Te amo, eres el amor de mi vida, siempre lo supe, casémonos". Creo que estamos de acuerdo en que ni tú eres Adam Sandler, ni yo soy Drew, así que nada de eso pasó.

Las piernas me temblaban poco más que gelatina mal cuajada, pero me mantuve firme en la fila de entradas, y luego en la de la confitería y una vez más, en la fila para entrar a ver, por fin, la película. Y como dije anteriormente, la idea era sentarnos, hablar y aclarar las cosas, al menos por la infantil amistad que un día nos unión, sin embargo habíamos ideado el plan perfecto para casi obviarnos y llenarnos de silencios un poco incómodos que pronto serían interrumpidos por la cita per se.

Te descubrí como el hombre que debías ser, decidido, inteligente, locuaz, entretenido, divertido, seguro de sí mismo, en busca de una profesión que te permitiera divertirte y pasarla rico. Algo light. Y me descubrí ante ti, como una niña que había perdido esa antigua facilidad para ser feliz, casi quería pedirte perdón por haber cambiado tanto.

Fue una buena cita. La primera —a conciencia claro—, y la última. No hubo beso, ni agarre, ni tomada de manos, hubo un respiro. Eso fue lo que hubo entre los dos, la exhalación final de una historia que se nos complicó con todo lo que podía complicársenos a esa edad. Mi ilusión no era el chico que tenía al frente, era el niño de doce con chaqueta azul, y si en algún momento yo también fui una ilusión, seguro que distaba mucho de esa casi mujer con escote y maquillaje negro que intentaba ocultar el brillo de las lágrimas en sus ojos. A veces hemos hablado después de eso, llegando siempre a la misma conclusión de haber tomado la mejor decisión esa tarde de cine. No hubiéramos sido una buena relación en ningún sentido, seguíamos "enamorados" de los niños de segundo de secundaria, y si nadie supo de nosotros fue porque nosotros así quisimos, quedarnos guardaditos como cuando se juega en las piscinas a "quien aguanta más la respiración". Yo creo que seis años es buen tiempo.

Un vez me dijiste que a pesar de todo, yo sí había sido tu primer amor. Y yo, rata como sólo yo a veces puedo ser, respondí: "Pasa que aún no te has enamorado".  Claro que lo decía de la experiencia, pero sigo pensando que no tengo derecho a decir que sentía él o no por mí, que significaba en su vida, en sus memorias, en su despertar. Porque para mí, aunque fue sólo una ilusión, sólo un hermoso recuerdo de mi último año en Pueblo Libre, es uno de los hombres sin los que hoy no podría amar como amo. Ahora te ríes en fotos con otra —por fin—, y sé que aunque no hemos hablado en casi seis meses, ya entendiste a lo que me refería. No es menos chico tu lugar en mi historia por no ser mi primer amor, mi primer beso o mi primer hombre, al contrario...sin ti, quizá ni siquiera hubiera caminado todo este tramo.

Las ilusiones duelen más porque las hacemos perfectas.

Siempre dije eso, por eso tantas lágrimas, tanto papel, tanto desvelo. Porque eras perfecto. Por eso el drama. Esa historia se merecía ese título de "ilusión", lo tuvo todo siempre; menos quizá, a sus protagonistas.




13 de abril de 2013

No sé con qué fuerzas logré juntar los pasos que me habían conducido hasta aquel lugar, tenía el puño levantado, dispuesta a tocar la puerta del apartamento de Paulo. Sentí como mi respiración se agitaba, como mis latidos inundaban de sonidos mis oídos, como no me decidía a tocar la maldita puerta.

- ¿Gaby? —oí desde mi lugar.
- ¡Paulo! —dije casi en un grito de auxilio.

Abrió la puerta y, casi adivinando el desmayo que estaba por apoderarse de mí, me tomó entre sus brazos para hacerme ingresar al único lugar en la Tierra al que podía llamar "hogar". Me depositó con la suavidad con la que se sostiene una pluma sobre el negro edredón de su cama, se acostó de lado a mi lado reposando su mejilla en su mano.

Intenté grabar sus rasgos en mi mente, intenté tatuarlos en mi corazón, intenté escribirlos en mi alma pero el ruido de mis latidos no me dejaba concentrar. Su mirada era de la un doctor preocupado por un paciente rebelde que no está dispuesta a tomar sus medicinas.

- ¿Qué te ha pasado? —preguntó finalmente— Me ha llamado Susana para que esté pendiente de si venías para acá.

Le sonreí, seguramente mis ojos hinchados me delatarían, había pasado el peor día de mi vida. Acusada de infamias, atacada por todos aquellos que según mi criterio debían creer en mi ciegamente, tan profundamente herida, que el solo recordarlo me volvía a escocer los ojos. ¿Cómo se me vería sonriendo con ojos rojos?

El sonido de mis latidos había disminuido lo suficiente para escuchar su respiración, y aquello era mejor que una serenata de aniversario, sin pensarlo me acurruqué hacia él para rogarle en secreto que acaricie mis cabellos y me dé un beso en la frente. Que sea mi medicina.

¡Lo hizo! ¡Claro que lo hizo! Nadie en este mundo puede descifrar mi lenguaje corporal mejor que él, paseó sus dedos desde el lugar en mi frente donde segundos atrás posó sus labios hasta el borde de mis labios. Cerré mis ojos para oír el camino de sus dedos sobre mi piel, casi tenían el mismo ritmo que su respiración cuando me tenía cerca.

- Nada —susurré.

Bajó sus dos dedos viajeros hacia mi cuello haciendo que arqueara mi rostro hacia el suyo y finalmente me viera pérdida en el parque de pecados que eran sus labios. No sé quejó de mi desviación de tema, no gimió que me detuviera e intentara hablar con él, no me apartó de él. Quizá sea en parte porque jamás ha podido resistirse a mí, por alguna razón que no comprendo, le nubló el juicio en cuanto me vuelvo dueña de sus labios.

Y entonces, cumplí mi objetivo. Le hice el amor como nunca se lo había hecho, porque esta noche no se puede decir que hicimos el amor, no se puede decir que ambos deseábamos culminar con cada caricia cada frase incompleta que intentábamos decir. Esta vez fui yo quien deliberadamente fundí cada espacio de mi piel en la suya, la que guié su mano sobre cada centímetro de mi cuerpo, la que paseé mis pensamientos en cada milímetro de la suya. Hoy, hoy y quizá por primera vez, hoy, fui yo quien le hice el amor a Paulo.

Quedé tendida sobre su cuerpo desnudo, haciéndole círculos sobre su hombro brillante por la transpiración. Él besaba mi cabello que seguramente caía rebelde sobre el otro hombro mientras acariciaba mi espalda con su tibia mano.

- ¿Por qué no has querido hablarme en toda la noche?

"Porque nunca he sabido despedirme de ti".

- Porque no tengo nada que decirte —le mentí mientras detenía un círculo sobre su piel—, aunque quizá debí decir que te amo, pero creo que eso ya lo he demostrado.

Sé que sonrió, siempre sonríe divertido cuando encuentro maneras de esquivar su interrogatorio, dice que si mis ideas fueran capacidad de correr sería campeona mundial de atletismo. Me baja de si para colocarme entre sus brazos, amoldándome a su cuerpo al lateral, encerrándome con una mano sobre la cintura, apoyó su rostro entre mi cuello y el inicio de mi espalda.

Entonces miré la mesita de noche que tenía al alcance de mi mano, sabía perfectamente lo que encontraría al abrir el cajón y era lo que buscaba. Mi boleto de ida. El comienzo de mi despedida. Él pronto se dormiría conmigo en sus brazos y despertaría sólo con mi cuerpo.