19 de diciembre de 2017

Debajo de las escaleras -1

Cuando me cambiaron de colegio, pensé que "peor no podía irme en la vida". Y entonces, lo conocí a él. La vida me dijo a gritos que sí, que claro que me podía ir peor. Sergio, Sergio, ¡Sergio! era un IDIOTA, así, con mayúsculas. Bueno, todo lo idiota que se puede ser con dieciséis  años y en el último año del cole. Osea, redundando: IDIOTA. Lo peor, fue que aquel veintisiete de febrero, porque sí, en este colegio las cosas eran tortura desde el inicio de clases, me tocó sentarme a su lado. ¿Me habló? No. ¿Me miró? No. ¿Respiró? Luego del primer recreo ya la cosa dejó de importarme, pero sí, creo que sí respiró.

Yo era muy activa en mi antiguo cole, y lo amaba. En este, ¡era la nueva! Nueva en el salón, en el colegio, en el equipo de voley, en el de concursos, en el de las chicas que iban a fiestas, en el que grupo de las que no iban a fiestas, en el equipo de matemáticas, ¡era nueva! Pero no, él no me habló. ¿Intenté yo hablar con él? Si, claro que sí. Tres preguntas, todas sin respuesta. Con cada silencio, yo más endiablada. 

Al pasar de los días, supuse que la cosa mejoraría, pero no. Llegué a la segunda semana de clases, esperando que alguno de mis nuevos amigos me diga que el tipo era mudo y que por eso no me hablaba. Judith me dijo que no le hiciera caso, que el tipo era raro, que llegó el año anterior de provincia y que solo habla cuando está en reunión con la gente del grupo de mates. ¡Y es que encima de idiota, el tipo es un tanto inteligente! Me daba mucha rabia que no me hablara. Me pone a pensar que hay algo malo en mí y aunque en realidad sí hay mucho de malo, nada de eso se puede ver a simple vista, así que no entendía el porqué de su silencio.

Me sentí mejor cuando me dijeron que no era yo, era él.

Quizá fue la única vez en mi vida que esa excusa no sonaba tan tonta. 

En fin. Cuando pasó casi un mes y las temperaturas en Lima comenzaban a bajar, la tutora decidió que nos iba a cambiar de asientos. Como siempre, los enanos eran más revoltosos y se habían ubicado en los últimos asientos, así que nos sentaron por orden de tamaño y yo quedó en medio del aula. Sergio, al fondo. Yo lo hubiera enviado al infierno, pero la profe era más dulce. 

Ya para Mayo las cosas cambiaron. La vida de Sergio no me importaba y yo estaba muy feliz siendo adolescente en el nuevo colegio. ¿Comenzó él a hablar con alguien? No. Pero jamás lo hacía, así que, nada raro. Yo tenía nuevas responsabilidades: tratar de entender algo de Geometría mientras tenía asistencia impecable a los entrenamientos de Karate —algo en lo que sí era buena—. Y en ese intento de tener la asistencia perfecta, fue que comenzó esta historia. 

Mis prácticas eran luego de clases, desde las dos y media hasta las cuatro y media. Éramos seis de mi salón que nos quedábamos con el profe Heredia. Ese martes, resultó que el profe tuvo un incidente familiar y a todo mundo se le olvidó avisarnos. Yo vivía como a media hora del colegio, en bus, así que la opción lógica era irme a casa. Pero no. Me quedé, me despedí de todos, almorcé con tranquilidad y cuando llegó la hora de admitir que salvo algunos profesores metidos en las aulas, yo estaba sola, me fui al patio trasero. Arrastré mi mochila por el suelo, hasta quedar justo debajo de las escaleras. No hice mucho más. Existí. 

Y me dieron las cuatro de la tarde. Sola. 

Comencé a sentirme un poco más desquiciada de lo normal, hay que ser honesta. Iba a levantarme e ir a casa, cuando el sonido de unos pasos, me alertaron. La visión desde mi escondite era extremadamente limitada, pero mi paciencia se vio premiada cuando a ese par de zapatillas, se le unieron las piernas enfundadas en el buzo del colegio. Un chico. Uno alto, uno que tenía una pelota entre las manos. ¡Sergio!

Me quedé pasmada. 

Pensé que vería pronto alguna especie de ritual prohibido, pero no. Se dedicó a botar la pelota, de una mano a la otra, sopesándola quizá. Yo seguía quieta, ¡como si fuera un final de película! Como si esperara que algo importante pasara. Claro que lo esperaba, lo que no quería, y lo que sí terminó pasando, fue que yo me uní a su final de película. La pelota, se cayó de sus manos, y fue rodando hacia las escaleras. Justo a mí escondite.

Yo, hecha una tonta, junté mis rodillas a mi pecho e intenté hacerme invisible. ¿Ya entienden lo de tonta? Exacto, no funcionó. 

Iba a soltar alguna frase como "¡Fíjate!""Baboso, date cuenta". Pero no me dio tiempo. El idiota, me tomó con ambas manos zarandeándome de los brazos mientras me ponía de pie.

 ¡¿Qué haces aquí?! —y claro, yo amablemente le respondía con gritos, porque primero, me dolía y segundo, no le iba a dar explicaciones al tarado ese que me sacaba a los jalones de las escaleras— ¿Qué haces aquí?

Acotación antes de continuar: ¡Era la primera vez que oía su voz hacía mí! ¡Y me estaba gritando!

— ¡Qué te importa! —le chillé.
 ¡Ya te deberías haber largado!
— ¡Qué te importa! —le volví a chillar.

Ah, pero no. Si lo peor vino después. Intenté zafarme, intenté golpearlo y no sólo nada funcionaba, sino que encima de todo, el muy maldito me jaló de la cola de caballo y me hizo gritar de nuevo. Estaba enfurecido y yo estaba pagando todos los platos rotos. En algún cruce de esos que teníamos gracias a la pelea, nos detuvimos teniendo nuestros rostros muy cerca. Demasiado. Pero no, no hubo beso. Que la historia parece de novela, pero no es. Todavía. El tema es que en ese cruce, algo pasó. Algo que yo no noté en ese instante, pero que me permitió escapar. 

Salí corriendo del colegio, y cuando estaba en el paradero. Me di cuenta que había dejado la mochila en el cole. ¡Ah, pero ni loca volvía! No señor. Si una es mensa, pero no monse. Llegué a mi casa entre asustada y rabiosa. No era lógico que un compañero de clases actuara así conmigo. Sobretodo porque ¡yo no había hecho nada! Sólo estar en el patio cuando él andaba jugando con su único amigo el fantasma. ¿Contarle a alguien en la casa? No, no. Yo me fui a cenar, y al cuarto, como siempre, como si nada. Y me hubiera dormido igual, sino fuera porque casi a las nueve, mi mamá me pegó un grito avisándome de una llamada. 

Bajé renegando. Preguntándome, ¿quién era? Supuse que era Juds o Mauricio, nadie más me llamaba a casa. Y normalmente era para reclamarme la falta de chateo diario. Pero yo estaba con rabia. Los iba a largar.

— ¿Quién es? 
— Hablemos.

¡Ay no, no eran ellos! Era el psicópata de Sergio. 

— ¿Y si te vas a la mierda? —obviamente, mi mamá me miró mal, pero amablemente se fue a la sala.
—  Hablemos.
— ¿Y si te vas a la mierda? 
— Tengo tu mochila.
— Idiota.
— ¿Hablamos?
— El boleto a la mierda aún tiene tu nombre.
— ¿Te recojo mañana? ¿A qué hora sales de casa?
— Vete al infierno.
— ¿Siete y media?
— No voy al cole.
— Paso a las siete, no te preocupes, así hablamos antes.
— ¿No eras mudo o algo?
— Bueno, ¿quieres que te recoja o no?
— ¡¿No?! A ver si ahora me fracturas la mano o algo.
— No seas exagerada. Mañana las siete, le pedí tu dirección a Rocío, así que sé cómo llegar.

Iba a decirle acosador, pero ya había colgado. 

La reprimenda de mi mamá no fue tan grave, fue el clásico "una señorita no habla así", que me la vivía esquivando desde los trece años.Y en realidad, yo no hablaba así. Ni hablo. Pero Sergio me había sacado de mis cabales. Si la conversación hubiera sido frente a frente, seguro lo golpeaba. O bueno, lo intentaba.

Entonces sí que no pude dormir. Me quedé pensando en este tipo que había sido un completo misterio para mí, casi dos meses, y en cómo había descubierto su temperamento infernal en una tarde. Estaba segura que su intención de recogerme, era nada más para que yo no me quejara con la tutora o con alguien, y la verdad, sí que me lo había planteado. No sabía si acusarlo, o arreglarlo yo, pero él ya había tomado la decisión por mí, y ahora yo, veía las manecillas del reloj con un terror indescriptible. 

Mis ojos no se rindieron casi hasta las dos de la mañana, y eso, para el horario escolar es un desastre. Para cuando desperté tenía la marca de un diario en la mejilla, y las ganas infinitas que alguien me avisara del fin del mundo, estaba agotada y apenas abría los ojos. Claro, todo culpa del dichoso energúmeno.Algo en mi interior esperaba que todo lo de la llamada fuera una broma y la verdad, no esperaba verlo al salir de mi casa. Después del muy distraído desayuno, por dos segundos, pensé que se le había olvidado todo.

Además, estaba segura que si me buscaba era para evitar que lo acusara con la tutora, o con el mismo Director del cole, su numerito de macho alfa seguramente le hacían ganador de la lotería para suspensiones o algo así. Yo aún no decidía si reportarlo o no. Lo merecía, eso quedaba claro, pero por otro lado yo no quería quedar como la acuseta del grupo. No, ese es un estigma muy difícil de quitar cuando uno está en la secundaria y la verdad, yo era muy feliz siendo una sencilla escolar sin problemas.

Bueno, esos dos segundos de vana esperanza, se esfumaron, cuando su inmensidad apareció frente a mis ojos. Puse serio el gesto. Aunque la verdad, estaba temblando, menos mal él no podía tocarme. ¿Tan nerviosa me ponía? Si. Y es que era tanta su apatía hasta ese momento, que solo en ese ratito me di cuenta que tan feo no era. Ok, no era el futuro Mister Universo, pero feo, feo, lo que se dice feo. No, no era feo. No me digan que jamás les pasó que se encontraron en la vida con un tipo normal, pero que luego sus ojos los ven muy guapos. Bueno, justo así.

Ese cabello oscuro y embadurnado de gel no le quedaba bien a Rodrigo o Mauricio, pero a Sergio era otra cosa. Y no se veía como un Frankenstein con esos hombros, como si le pasaba a Junior, a él le quedaban a medida. ¿Que si yo estaba justificando mi gusto? Si, obvio. Pero el que esté libre de ese pecado que tire la primera piedra.

Me refugié en quitarle mi mochila como una fierecilla salvaje. Él se dejó. Caminé por el lado derecho intentando ignorar su existencia y comenzando las veinte cuadras de caminata que me separaban del colegio. Él se puso a mi lado. Caminó "conmigo". Y le di de su propia medicina, no le hablé. ¡Super mala yo! Las risas a un ladito a la derecha de mi dignidad por favor.

Oye —comenzó y yo aproveché en cruzar la calle.

Si. Me alcanzó.

Por fa, hablemos.
No quiero, —aclaré y me detuve, crucé los brazos y lo miré con la bravura de un chihuahua. Cosecha personal: le fruncí el ceño—, bueno, ¿qué?
— Discúlpame.
— ¿Es en serio? 

Y la iba a preguntar muchas más cosas, pero él simplemente tomó mi pregunta como una aceptación y se largó. A cinco cuadras del colegio. Siempre digna, agarré con más fuerza las asas de la mochila, caminé y decidí ignorarlo el resto del día. Total, ¿qué tenía él de importante? Nada.

O eso pensé.

Si, para cuando acabó el día de clases, yo estaba tan confundida con su actitud que volví a esconderme debajo de la escalera. Elevé el volumen de los audífonos y me acuclillé pegada a la pared, como la tarde anterior. Tres y media y el bendito niño, no aparecía. ¿Si me sentía tonta? No, ese punto ya había pasado. 

1 comentario:

  1. Quiero más, más, más mucho más...
    No te vayas a hacer la vaga y dejar de escribir, xq quiero seguir leyendo...
    Como siempre, me encantó, así q quiero más :D
    Sorcy

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