5 de septiembre de 2009

Lágrima

Cada que miro atrás sé que no debí hacer ninguna de las cosas que hice ese día, no importa las cosas maravillosas que han resultado de todas las acciones. Me había extralimitado de impulsiva, quería demostrarme que podía ser espontánea y decidí hablarle a un desconocido sentado en una banca en un parque cuaqluiera. Quizá fue que estaba lejos de casa. Demasiado lejos.

Conversar con él se me hizo tan fácil, ninguno de los dos sonrío realmente pero prometimos con solemnidad volvernos a ver al día siguiente. Repetimos esa promesa día con día hasta convertirlos en semanas y meses. Hasta hoy.

Nuestras palabras evolucionaron de la educación a la pasión y de la cortesía al irrefrenable deseo. Sin darnos cuenta nuestras conversaciones asiduas se habían vuelto amor, convirtiendo en cielo todo lo que habitaba a mi alrededor y despertando poco a poco al mounstruo que habitaba, que habita en mí. Era extraño todo, siempre se me había informado que el amor nacía a las caricias y crecía con los besos, se afianzaba con el tacto en los abrazos y ahí estaba yo, enamorándome de sus palabras, perdiéndome siempre en una mirada que no era para mí.

¿Cómo es que me había permitido enamorarme de alguien como Carlos? Estaba demasiado vivo para mí, era además, mucho más dulce de lo que una chica como yo merecía. Quererlo es mirar muy alto y rezar para que él se fije en un punto muy bajo.

- Estás rara hoy Ceci, ¿qué te pasa? —torpemente él intentaba descubrir lo que estaba por hacer.

- Nada, es el frío —contesté aún mas torpe.

Durante meses fuimos cómplices descuidados, sentados en una imparcial banca de parque, incapaces de sacar nuestro romance más allá de los arbustos. Dijo siempre las cosas perfectas para retrasar —sin saberlo— este momento, supo siempre como entregarme las nubes más esponjosas de nuestro cielo creado.

Si pudiera hacerle caso a mis deseos y esperanzas tomaría su rostro entre mis manos y lo besaría por primer vez. Saborearía sus labios como lo que son en mi enferma mente, mi droga no probada. Dejaría mis dedos en libertad para recorrer sus facciones con lentitud tatuándolo en mi memoria.

Le haría el amor sólo besándolo.

- Casi no has dicho nada amor —me dice preocupado mientras mis ojos están clavados en sus labios— ¿estás molesta conmigo?

¿Cómo puede ser tan egoísta de pretender un final feliz con el hombre que tenía alfrente? ¿Cómo pude ser tan inocente de creerme capaz de vencer mi ogro interior?

- No me digas amor.

¡Aléjate de mí! ¡Corre lo más rápido que puedas y olvida la forma de volver a este parque!

Como lo supuse, no entendió mi repentino cambio, ha enfurecido en silencio y ha separado su camino del mío. No tengo porqué quejarme, he sido yo quien lo orilló a todo esto, aunque lo ame. Aunque ver su espalda en este momento alejarse de mí me llene los ojos de lágrimas.

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¿Cuántas lágrimas tiene un ser humano? Para mí, amar siempre significó lágrimas, amor a Carlo significa sonreír. O al menos lo significaba, ahora he vuelto a las lágrimas.

He vuelto a aquella banca en el parque todos los días con la esperanza de encontrarlo vestido de armadura plateada, dispuesto a matar mi mounstruo interior. No ha vuelto.

De cierta forma me alegra descubrirlo inteligente y precavido, no dejando que yo destruya todo lo hermoso que puede ser. Amará otra vez. Amará otra vez y me olvidará.

O no.

Yo amé antes de amarlo a él. Y no olvidé. Aquel amor creó mi mounstruo y sus recuerdos lo alimentan. Pasé de llorar el daño que me hizo a llorar la impotencia que me dejó. Lágrimas, lágrimas, odio las lágrimas.

- ¿No has pensando en decirle que lo quieres?

Pobre Rosa, cree siempre que soy más valiente de lo que le digo. No puedo decir algo que ya sabes, y no puedo sentenciarlo a ceder su amor a la loca que he resultado ser.

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- Si me quedo muy callada, aún escucho tu voz —le confesó antes de acobardarse.

- No sé adónde quieres llegar con eso.

- Y si cierro los ojos muy fuerte puedo dibujar tu rostro. Cuando te extraño mucho me acurruco contra las almohadas y aunque estén frías imagino que son tus brazos.

- Basta.

- Tengo miedo de amarte como te amo y es estúpido porque tener miedo no impide que lo haga. Te amo. Tenerte lejos ha sido lo más sano y enfermizo que hice en toda mi vida y no doy más —le grito que más parece jadeo—, ¡no doy más! Sé que seguiré respirando cuando te vayas hoy pero estoy segura que no querré hacerlo.

- ¡Cállate!

Parecía un milagro de nuestro cuelo el que él haya decidido volver una mañana cualquiera a nuestra banca. Yo estaba rogando porque vistiera armadura para mí, aunque no tuviera derecho a pedirlo.

- Te amo —repetí casi en un jadeo.

Y por primera vez en todos esos meses, no respondió que él también lo hacía. Yo necesitaba que un grito rompiera los tímpanos de mi ogro interno e hiciera explotar sus sesos hasta la muerta. Pero sólo hubo silencio.

Super que no me quedaba mucho tiempo de vida, o de algo que se pudiera llamar así. Supe que todos los recuerdos maravillosos con él no tendrían en mismo efecto, que acabarían torturándome y que, irremediablemente, el tatuaje de su rostro en mi memoria no sería suficiente para sacarme una sonrisa.

Y una lágrima cayó por mi mejilla.

Mi cuerpo reaccionó antes que él pudiera verla y lo besé. ¡Qué tonta! Volverme adicta a algo que jamás podré tener. ¡Qué tonta!

Aterrada por lo que había hecho me detuve y me separé. Salí corriendo del lugar a sabiendas de lo débil que resultaban ahora los latidos de mi lastimado corazón.

- Te amo —susurró él.

No era suficiente. Su silencio anteriror había engrandecio mi fobia tragándose a ambos. Un susurro era incapaz de salvarnos. Yo había huido él me había dejado huir.

Lágrimas.

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Aquel parque tan lejano a mi casa me tortura, me recuerda todas las mañanas que lo he perdido, me hace odiar sus flores y los hojas, me hace salir corriendo cuando apenas han pasado dos segundos de haber llegado. Pero me llama insistente en sueños para que vuelva. ¡Maldito parque!

Malditas esperanzas. Yo aún lo espero, yo siempre lo esperaré.

La distancia me ha vuelto valiente, pero la soledad amenaza con volverme de piedra. Lo único humano que queda de mí son mis lágrimas. Las he comenzado a querer como lo quise a él, quizá aún más, no permiten que lo olviden.

Me susurran mientras bajan por mis mejillas que no estaba loca, que él si me quería. Me dan oxígeno, me dicen que un día volverá.

Sé que no es cierto, sé que sólo puedo amarlo en el recuerdo ahora pero es bonito quererlo así.

A veces le escribo cartas, pero no sé donde está y no las puedo enviar. A veces le digo que lo amo, pero sé que está lejos y no me oye.

A veces me vuelvo loca al dormir entre tantas lágrimas, le oigo decir que falta poco, que ya va a venir.

¿lo extraño?

La última lágrima siempre me responde que pronto dejaré de hacerlo, pero no le creo.

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